Distintos hermanos nos ayudaron a profundizar en varias áreas en las que se puede encontrar dañado nuestro corazón. Mª Isabel y Jesús comenzaron por hacernos conscientes de la cantidad de ruidos que hay en nuestra vida que nos impiden escuchar nuestro interior, escuchar a nuestro cónyuge, escuchar la Palabra susurrante del Dios viviente, escuchar en su sentido pleno a nuestros hijos.
A continuación Charo y Jesús nos hicieron conscientes de que no todo en nuestra vida transmite el buen olor de Cristo. Nos guiaron a través de sensaciones olfativas para descubrir qué es lo que esconde nuestro corazón, qué son buenos olores de pan y acogida, o malos de falsedades, violencias y heridas. Concluimos esta parte guiados por Paula en la que vivimos una oración de intercesión y recibimos el perfume de la unción, reviviendo la que Jesús recibió en Betania. Acompañados por María, cuyo corazón traspasado revela lo que esconden los nuestros, tratamos de entrar en las entrañas de su entrega y amor.
Seguidamente Loli y Anabel nos permitieron palpar físicamente cómo se encuentra nuestro interior, qué texturas definen el estado de nuestro corazón. Endurecido en sus afectos, en su mente, en su sensibilidad, en sus actitudes etc, sólo el amor de Cristo y la Palabra de Dios pueden ablandar las defensas que impiden que nuestro corazón sea de carne. Así que con escoplo y martillo golpeamos la roca de nuestro interior con palabras ungidas para cada uno de los que salimos al centro a golpear "la piedra", esperando el cumplimiento de la promesa que el Señor nos hacía de darnos un nuevo corazón.
Por la tarde saboreamos el corazón ardiente de Cristo, a través de la Eucaristía que celebró el p. Eduardo. Vestidos de rojo, hicimos solemnemente y rodeados de los gritos de los niños la consagración de nuestras vidas y familias al corazón de Cristo.
Algo desconcertados al principio por el peso del calor, pues vivimos la jornada al aire libre, Luci y Vicente nos permitieron descubrir los sabores y frutos que espera el Señor de nuestro corazón repartido a imagen del de Cristo, que se parte y reparte para darnos vida en abundancia.
Seguidamente Paula y José nos permitieron primero con muchas risas pero después con gran seriedad, hacernos conscientes de la importancia de bendecirnos en la familia, de desechar la queja, la crítica y comenzar a sentir y hablar lo positivo. Con muchas citas se nos fue confrontando para que nuestras palabras fueran convertidas por la fuerza de la Palabra de Cristo. En ese momento el viento y los relámpagos acompañaron en dinámica divina la cantidad de rayos y truenos que en ocasiones nuestra boca profiere en lo íntimo de la familia hacia nuestro cónyuge o hacia nuestros hijos. Terminamos orando en pareja, y proclamando sobre el otro bendición y aprobación.
Un encuentro en fín en el que hemos podido escuchar el latido del corazón de Cristo, oler el perfume de la unción que sana nuestras heridas, palpar nuestro corazón endurecido y romper sus defesas con la Palabra del Señor, saborear los frutos que podemos dar si tenemos un corazón unido al suyo en la Eucaristía y escuchar y pronuciar palabras de bendición. El sentido de la vista y el transplante de corazón no pudo llevarse a cabo como estaba previsto, nos emplazamos para el 21 en el Cerro con el Cardenal de Madrid y todos los obispos que acudirán al evento.
Lo que esconde el corazón; el corazón endurecido; la entrega del corazón; de lo que abunda el corazón habla la boca y las llaves para cambiarlo: María, la Palabra, la Eucaristía, el corazón de Cristo, El Espíritu Santo, han sido los puntos de confrontación con nuestro ser más profundo. Con una metodología tan dinámica que pudieron seguir en muchos momentos los niños más pequeños, aunque también tuvieron su propia gimkana, algo desvirtuada porque algunos niños se dieron cuenta de dónde estábamos escondiendo las llaves, pero que Maite supo arreglar.
Hemos disfrutado, aunque hemos de decir que seguimos con la misión pendiente de atraer a familias nuevas al corazón de Cristo, para que se empapen de su inmenso amor y de las sorpresas que tiene preparadas para ellos.
En la comunión una visión nos exhortaba a extender las velas de nuestro barco, plegadas desde hacía tiempo porque no había viento, por la calma chicha que hemos sufrido. Ante este tiempo de paralización, muchos barcos estaban colocados en diversas direcciones y anclados en sus posiciones. Pero el viento del Espíritu está empezando a soplar con fuerza, por tanto se nos exhorta a desplegar velas, a ponernos de acuerdo para seguir la dirección adecuada, a superar el desconcierto de mucho tiempo con poco avance y a correr con otros barcos que desde fueran están confluyendo con nosotros y traen ya el viento fresco del amor de Dios.
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