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El encuentro supuso para mí un momento de reflexión y convivencia: una pausa en el ajetreo diario para entrar en mi interior y ver de verdad qué es y cómo está mi corazón y una buena convivencia en primer lugar con mis hijos; me gustó cómo disfrutaron del encuentro, con cada dinámica y corriendo por el pinar y comiendo en el suelo. Mis hijos siempre están deseando jugar con nosotros. Los manuales de educación nos dicen que debemos jugar con ellos y meternos en sus cosas. Pero a menudo nos incomoda, no tenemos tiempo, no nos apetece, nos parece que no debemos ser compañeros de juegos, pero los niños valoran mucho eso y las bases de una buena adolescencia se asientan en una buena confianza depositada en la niñez y la preadolescencia. Me gustó esta convivencia porque compartí mucho con mis hijos. Al final del día me dijeron lo que más les había gustado: experimentar juntos lo que había en las bolsas, averiguar los olores, comer en el suelo con nosotros, leer frases de la Biblia a los otros, que a mamá le vendasen los ojos y perseguirles sin ver nada... ¡Así son los niños! Cada dinámica nos invitaba a profundizar en nuestro interior, para ver cómo está nuestro corazón: ¿sabe hacer silencio para escuchar a Dios? ¿sentimos las voces de Dios? ¿se ha endurecido por la crítica constante de nuestros labios? ¿es blandito para aceptar a otros, aunque nos incomoden? ¿guarda odios o rencores pasados? Lo mejor: ¡¡la oración de sanación!!!!!! Mi marido y yo salimos de allí con idéntico propósito ¡qué curioso!
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